DONDE NO PUEDE LLEGAR LA PERSONA, LLEGA EL GRUPO

Hoy he vuelto a experimentar el poder transformador que sobre la persona, ejercen esos apoyos invisibles pero siempre presentes de los grupos humanos. En este caso se trata de una compañía positiva y sanadora que permite la aceptación del otro de forma incondicional desde la escucha mutua, activa y sincera.
Pero era necesario que previamente las personas que integraban ese grupo, estuvieran en disposición de escucha y de ayuda, dejando de lado su problema y centrándose en el de la persona que tienen a su lado. Y al mismo tiempo sin desconectar de su propio dolor, que precisamente por hacerle vulnerable, le permite comprender perfectamente la vulnerabilidad de los demás.
He podido comprobar como cuando una persona desde la profundidad del abismo se ha sentido escuchada y aceptada sin juicios, está en perfecta disposición de aceptarse completamente a sí misma, y luego ser capaz de aceptar a los demás.
En algunos entornos de ayuda mutua, cuando todas las personas que lo integran  están en la misma sintonia, es posible crear una sucesión armónica de emociones que contienen, protegen e integran el dolor; sin perder de vista la singularidad de cada instrumento, ni la particular vibración de sus sonidos.
Es en este entorno facilitador en el que podemos sentirnos plenamente comprendidos, aceptados sin condiciones, desde dónde poder despertar nuestro sentimiento de ayuda a otras personas con quién nos encontramos en nuestra vida diaria.
El dolor compartido y las diversas formas de afrontarlo que cada persona empleamos en nuestro proceso de vida, llega a ser el mejor testimonio de ayuda mutua. Esa persona se convierte en nuestro referente a seguir. Si el/ella ha podido salir de esto, ¿yo por qué no voy a poder?
Gracias a estas personas que desde la apertura sincera de sus almas, me acompañan a partir de hoy en esa compleja y a la vez hermosa tarea de sanar a otros corazones heridos.  



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